Queridos amigos, hace mucho tiempo que no escribo. Como sabéis, los meses de agosto septiembre y octubre han sido un tiempo de gracia para mí como para otros 19 hermanos misioneros de la Consolata que rondamos los diez años de misa (algunos los superan, otros se acercan). Hemos tenido la oportunidad de retomar los libros, compartir y revisar nuestros años de consagración así como nuestro trabajo pastoral. ¡Apasionante! Escuchar los testimonios de años de misión vivida con intensidad, de búsqueda del Reinado de Dios...
Ya os contaré más despacio.
Ahora, sin mucho tiempo de batería, quiero hablaros de mi vuelta a Bayenga, en el Congo, y de nuestros hermanos bambuti:
El regreso ha sido un poco lento y brusco al mismo tiempo. Lento, por las combinaciones de vuelos que han alargado el viaje de vuelta: en total unos 20 días. Brusco, porque al regreso no he podido encontrar al hermano de comunidad, que me esperó pacientemente hasta que se vio obligado a salir de Bayenga antes de mi regreso, para poder aprovechar la última ocasión, por unos meses, para poder tomar su tiempo de reposo después de tres años por estas tierras.
Retomar todo y darme cuenta de lo acontecido durante los meses pasados no está siendo fácil para mí, aunque ya lo llevo con más serenidad. Una de las novedades que he encontrado es que han sido nombrados unos supervisores de los campamentos pigmeos, que deberían ayudarnos a saber cómo van aplicando los consejos sobre higiene, agricultura, escolarización de los niños... Mi sorpresa es que tales supervisores (bantús) están maltratando a los pigmeos (wambuti) de un modo exagerado, hasta el punto de que otros bantús han venido a darme parte. Les hacen trabajar desde las cinco de la mañana en sus campos (los de los supervisores), transportar material de construcción para las casas de los supervisores (troncos de árboles, paquetes de hojas para hacer los techos, lianas), alimentos... Lo peor es que les obligan a hacer estos trabajos justo en la época de preparar los campos para sembrar y de la cosecha, sin pagarles, o bien dándoles un pedazo de tela vieja o un poco de bebida... En caso de negarse a hacer dicho trabajo, los pigmeos son maltratados a bastonazos, llegando hasta hacerlos sangrar seriamente.
Evidentemente, los supervisores tienen lazos estrechos con los jefes administrativos, es decir, jefes de comarca o de colectividad (quizás se correspondan con el alcalde y el gobernador del territorio), lo que parece darles una cierta seguridad a la hora de actuar. Cierto, será la mentalidad, pero con todos los respetos, es una mentalidad que puede cambiar por justicia, por dignidad, por humanidad, por amor de Dios y de sus hijos.
En fin, parece que comenzamos ya el via crucis que había que recorrer. Toca escuchar a quienes nombraron a estos supervisores, comprender las razones y la finalidad primera de su trabajo y, también tomar decisiones al lado de quienes sufren injustamente. Optar por el pobre, optar por acoger amar y servir a Jesús en el pobre pasa por el conflicto con “el poder” de diferentes estatus. El tiempo de adviento es eso, ponerse a trabajar para acoger el Reinado de Dios, su Palabra entre nosotros. Hoy las palabras del evangelista Mateo resonaban con fuerza en nuestra parroquia: “Raza de víboras ¿quién os ha enseñado a escapar de la cólera que se avecina? Dad frutos de conversión...” y no os sintáis seguros de vuestra posición o de vuestra familia o de vuestros títulos o de vuestras tradiciones...
Espero que nuestro Padre Bueno nos dé la sabiduría y el valor suficientes para el camino.
Me estoy durmiendo, la jornada ha sido larga. He celebrado la misa en una capilla lejana de la parroquia (Yamo) y he aprovechado para visitar un campamento pigmeo que, por las ironías de la vida, se llama “Salisa”, que quiere decir “ayuda”; en cambio es el campamento más cercano al jefe de colectividad y , por tanto, el que le viene más a mano para hacerse servir en los diferentes trabajos que emprende.
Un abrazo y no nos olvidéis en vuestras oraciones ni en vuestras acciones.
Vuestro hermano Andrés.
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