¡Pues ya es Navidad,
fiesta de la encarnación de nuestro Señor Jesucristo!
Me ha tocado
celebrar la noche de Navidad en una pequeña capilla con 40 personas
entre cristianos y catecúmenos. Entre ellos hay algunos pigmeos, el
pueblo más débil y marginado de nuestra zona.

Comentábamos durante el
compartir de la Palabra que el hecho de la encarnación manifiesta la
humildad y la misericordia de Dios.
Algunos entendían que Dios se
encarnó como nosotros, pasando por la infancia, para que los niños
no se asustaran al verlo queriendo jugar con ellos.
Otros apreciaban
el hecho de su infancia porque así nadie se sentiría juzgado por su
venida, sino que todos podríamos aprender poco a poco su voluntad e
intentar seguirlo según nuestras fuerzas...
Todos estábamos
contentos reconociéndonos entre aquellos pastores que estaban
sucios, “alejados”, marginados, ocupados en sus cosas, en la
noche... y desde ahí pudieron observar la luz y apreciar su
resplandor, porque necesitaban de ella para vivir, para caminar, para
orientarse...
También nosotros
apreciamos la luz del Señor para orientarnos, para vivir, para
levantarnos, para reconciliarnos, …
Sabernos objeto de la
misericordia de Dios, objeto de su amor obstinado y de su confianza,
aun desde nuestras debilidades e infidelidades, nos llena de
serenidad y gratitud.
Desde ahí, desde nuestra
admiración por tanto amor, cantamos, oramos, danzamos de alegría,
en la obscuridad iluminada por la esperanza del Niño que nos ha
nacido, por la Vida de Aquél que esperábamos, que colma nuestras
expectativas y nos abre nuevamente los horizontes.
Feliz fiesta de la
encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Felicidades, porque en la
noche brilla la esperanza. Felicidades por la Utopía del Reinado de
Dios, por la Nueva humanidad; porque otro mundo es posible.